En medio de los festejos oficiales por el superávit fiscal y por la colocación de bonos en el mercado de crédito, apareció una de las estadísticas que les dan pie a los críticos del plan Milei: la balanza comercial, que sigue mostrando una tendencia preocupante. Con exportaciones que caen al 7,4% anual e importaciones que suben un 29,4%, se agudiza el debate sobre cómo se financiarán las compras del exterior.
Es cierto que en mayo hubo una mejora respecto del «mini superávit» de abril. Se pasó de u$s204 millones a un saldo mensual de u$s608 millones. Pero no es un dato que traiga alivio, dado que mayo es, históricamente, uno de los meses con mayor superávit dado el ingreso de divisas por la exportación agrícola.
Sin embargo, este año, pese a que la cosecha tuvo buenos niveles de producción, se registró una caída de 1,4% en la venta de productos primarios y un desplome de 11,3% en la venta de manufacturas de origen agropecuario.
La caída impresiona más si se tiene en cuenta que a partir de julio ya no regirá el alivio impositivo para las retenciones a la exportación. Este hecho, supuestamente, debía funcionar como incentivo para que el campo acelerara las ventas.
En realidad, no puede afirmarse que los productores hayan tenido una actitud negativa, porque, medido en volumen, hubo un crecimiento de 1% en la venta de productos agrícolas. Pero está el factor precio, que jugó en contra con una reducción de 2,3% respecto del año pasado.
En cambio, los productos industriales con base agrícola -el que tiene mayor participación en el total de las exportaciones- tuvieron una caída aun cuando los precios se mantuvieron.
Las perspectivas en este rubro son de una leve mejora para junio, pero con un probable descenso brusco en el segundo semestre, por el efecto disuasorio de la suba de retenciones.
Importaciones que vuelan
En el otro lado del mostrador, llama la atención la suba de las importaciones. No es que el dato sea malo en sí, dado que la economía argentina necesita insumos importados para crecer. De hecho, hay consenso sobre la regla del «tres a uno», que implica que por cada punto que suba el PBI argentino, las importaciones deben crecer un 3%.
Con un pronóstico de crecimiento económico de al menos 5% para este año, no es de extrañar, entonces, que las importaciones suban.
Lo que sí es inusual es que el liderazgo de las compras del exterior no la tengan los bienes de capital ni los bienes intermedios, sino los productos para consumo final y los automóviles. La explicación para este fenómeno es el retraso cambiario y la apertura comercial para bienes que eran castigados con aranceles altos.
Las cifras son elocuentes, el crecimiento de la importación de productos de consumo final es 75% mientras que la compra de autos subió un impactante 160%.
Es uno de los aspectos más criticados del programa económico, porque supone una competencia difícil de afrontar para la industria local, en especial en rubros históricamente protegidos, como el textil.
En mayo, entre los bienes de consumo y los autos importados sumaron un 21,5% del total de las importaciones -hace un año ese share era de 14,1%-. Y si se considera el acumulado de lo importado en lo que va del 2025, esos dos rubros totalizan u$s6.314 millones.
Luis Caputo apuesta al petróleo
La pregunta se escucha cada vez con más frecuencia en los foros empresariales y los debates de los economistas: ¿cómo se financiará este boom de importaciones? Sobre todo, si se tiene en cuenta que todos los incentivos cambiarios e impositivos están puestos para que la compra de productos de consumo continúe subiendo a toda velocidad, mientras que el aporte de las exportaciones del campo entrará en una fase declinante, en temporada baja, y con el adicional de bajos precios internacionales y el desincentivo de altos impuestos.
La preocupación se agudizó, además,por la acumulación de déficits en la cuenta corriente, dado que la salida de dólares por turismo y otros servicios supera por lejos el bajo superávit de la balanza comercial.
Es aquí donde gana protagonismo el petróleo. Es la gran apuesta del ministro Luis Toto Caputo para el segundo semestre, dado el boom productivo del yacimiento Vaca Muerta y los avances en las obras de transporte de hidrocarburos.
El país exportó el año pasado u$s9.677 por el rubro petrolero y, además, redujo notablemente las compras de gas, con lo cual rompió el histórico déficit energético: en ese rubro quedó un superávit de u$s5.668 millones.
De esta manera, se ve ahora un fenómeno inverso al que regía hasta 2023: cuando suben los precios de la energía, es una buena noticia por el mayor ingreso de divisas. Todo un contraste con lo que ocurría, por ejemplo, en 2022, cuando la combinación fatal de bajas temperaturas y el alza de precios por la guerra de Ucrania hizo que Argentina importara combustibles por una inédita cifra de u$s12.868 millones.
El peor momento se dio en julio de ese año, cuando el alto consumo de gas hizo que la importación de energía ascendiera a u$s2.400 millones, el 29% del total de las importaciones argentinas en ese mes. En cambio, en el invierno de 2025 se gasta la octava parte que hace tres años y las compras de gas apenas representan un 4,6% del total.
¿Los dólares alcanzan para financiar la importación?
Las proyecciones iniciales para este año indicaban que ese superávit energético podría ascender hasta u$s8.000 millones. Esa era una de las razones por las que Caputo suele repetir que no hay que analizar la economía argentina con los viejos paradigmas: en la visión del gobierno, la clásica escasez de divisas que se produce en el segundo semestre se vería compensada por el aporte de «petrodólares».
Sin embargo, no hay consenso respecto de que esto alcance para financiar la suba acelerada de importaciones. Según prevén los economistas que participan en la encuesta REM del Banco Central, el año terminará con un nivel de importaciones por u$s75.000 millones. Esto implicaría que, de aquí hasta fin de año, habrá que financiar cada mes un promedio de compras por u$s6.345 millones.
Aun cuando se logre exportar u$s82.700 millones -como prevén los economistas, asumiendo una mejora de casi 4% respecto de las ventas del año pasado- igualmente eso dejaría un superávit comercial en torno a los u$s7.700 millones. No alcanza para que se cumpla el plan oficial, que preveía un holgado superávit de u$s20.000 millones, entre el comercio de bienes y servicios.
Más bien al contrario, las proyecciones que hacen los analistas es que el año termine con un déficit de cuenta corriente en torno de u$s8.000 millones.
El «factor Trump»
Pero, además, hay que considerar otro factor impredecible: el «efecto Trump» sobre el precio del petróleo.
En mayo, se produjo un desplome en las cotizaciones, que llevó el barril WTI a u$s56, un mínimo que no se veía desde la pandemia. Esto se explicaba por el impulso del gobierno estadounidense a la producción de shale oil para abaratar el precio de la nafta en el mercado local -fue una promesa de la campaña electoral de Trump- y, además, por el anuncio de una suba en los objetivos de producción de la OPEP.
La situación tuvo un drástico cambio en las últimas semanas, con elconflicto bélico entre Israel e Irán, aude hizo que las cotizaciones saltaran hasta un nivel de u$s73 por barril. Pero en el mercado predomina la visión de que esta suba será de corto plazo y que, finalmente, las hostilidades no implicarán un cierre del estrecho de Ormuz, por donde pasa el 20% del petróleo comercializado a nivel global.
Es por eso que, ante la eventualidad de que el petróleo vuelva a bajar, esa ayuda que Toto Caputo esperaba para el segundo semestre podría verse resentida. Hablando en números, un barril en torno de los u$s60 implicaría un recorte de aproximadamente u$s2.000 millones en la proyección de exportación petrolera argentina.