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lunes, abril 28, 2025

Paradero: una tesis de alto impacto sobre el amor cuando duele, cuando da felicidad, cuando se termina o cuando e reinventa

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Miguel Passarini

Una de Las cuatro estaciones de Vivaldi (no podía ser otra que “Invierno”, aunque habrá tiempo para más) le da un tono clásico a la escena que está por venir. Esa música ligada al Barroco tardío que en ciernes fue la antesala del romanticismo es perfecta para poner en contexto, porque lo que viene es la autopsia fría, dolorosa, poderosa, desaforada y también por momentos romántica de una historia de amor en estaciones, en etapas, con las fechas exactas, con sus soles, sus lunas, sus vientos, sus tormentas, sus días apacibles, sus noches apasionadas y también de un frío insoportable. Pero sobre todo, como toda relación de pareja, con su indeclinable inestabilidad y fugacidad a lo largo del tiempo.

Paradero es la localización de una historia de amor como cualquier historia de amor, sólo que a diferencia de lo que supone lo heteronormado, la pareja en cuestión está integrada por Carmen y Paloma, dos mujeres de clases sociales diferentes pero a la vez cercanas, y al mismo tiempo, distantes en sus búsquedas y recorridos, pero simbióticas y complementarias.

Con un potente trabajo desde la dramaturgia y la dirección de Simonel Piancatelli, que a partir de este material (de impronta y temática inédita en Rosario) se consolida como uno de los nombres de peso de su generación para las escénicas locales, con asistencia de Sabrina Marinozzi y las notables actuaciones de Macu Mascía y Agustina Guirado, la propuesta regresa los viernes de mayo y junio con una nueva e imperdible temporada a La Orilla Infinita donde se estrenó el año pasado.

Paradero pone en escena, casi sin artificios y con unos pocos recursos como objetos escenográficos muy funcionales y en diálogo permanente con lo que propone el relato, los diez años transitados entre Carmen y Paloma, una pareja que ronda los 40, que en algún momento descubre casi como un tembladeral la necesidad de la maternidad pero que, en ciernes, si bien esa problemática es un destino en la obra, lo que se cuenta a lo largo de su recorrido va mucho más allá de eso.

Carmen, una mujer de un barrio de Rosario, con una identidad lesbiana definida desde su infancia y profesora de educación física, se vuelve de algún modo la contracara de Paloma, arquitecta, y lo que la sociedad supone “una chica bien”, con una pertenencia a una familia conservadora que vive en un pueblo, al tiempo que es (o al menos ella creía ser) heterosexual.

“Paradero”: reflexión, resistencia y militancia a partir de una historia de amor entre mujeres  

Pero el amor, que también es deseo y muchas veces curiosidad, irrumpe como un vendaval y finalmente Paloma acepta que está enamorada de otra mujer dejando todo de lado, aunque eso se descubra y no se cuente, como nada de lo que pasa en la obra: todo es descubrimiento, hallazgo y revelación, y ése es uno de sus más grandes logros.

Lo que sucede con Paradero es algo muy singular: hay en el material una idea o concepto del verosímil que va más allá de esa verdad buscada en el teatro para “convencer” al potencial espectador/a. La lógica dramática marcada por los tiempos de esa pareja atraviesa constantemente los cuerpos de ambas actrices que se ríen, se aman y sufren sin atisbos de recursos o guiños que son propios de la actuación, en un contrapunto que tiene situaciones muy complejas de abordar.

Pero además, la obra, con una clarísima intención política en su opción por abismarse a los territorios de algunas de las problemáticas que aún hoy (o quizás otra vez y más que nunca) debe atravesar el colectivo LGTBIQ+, es una potente jugada por el amor al que disecciona, cuestiona, interpela, golpea, acompaña, le busca nuevos sentidos, lo sostiene, lo problematiza (hasta el hueso, hasta que duela, hasta que quite el aire) y lo vomita en la platea en forma de preguntas.

“Qué mierda hizo la sociedad con el amor” o “por qué durar es mejor que arder”, son algunos de esos interrogantes que están en ese primer plano de interpelación y que luego se ramifican en muchas otras preguntas igualmente de peso como la idea de la concepción en las parejas del mismo sexo y cuál será el “paradero” de ese ser tan deseado, donde el desafío de lo genético y las nuevas formas de fecundar se confrontan con el deseo que, para muchos, es más cercano a un orden de lo biológico y lo conocido o aceptado.

Pero al mismo tiempo que va por una historia disidente, el material, desde la construcción de un relato sopesado desde una dramaturgia muy estudiada y minuciosa con momentos, giros y elipsis narrativas brillantes, escrita desde el conocimiento basal de su autora, y con actuaciones que elevan ese texto a un nivel de organicidad que corre velos y prejuicios, es tan poderoso lo que pasa, que logra algo muy complejo en las escénicas: la irrevocable universalidad de una historia de amor que va más allá de la cuestión de género y diversidad, donde además se pone en tensión, en ese magma de preguntas que se lleva el espectador cuando abandona la sala, una idea de familia propia y posible.

Como dramaturga y directora, pero también como militante del colectivo de la diversidad, Simonel Piancatelli deja en claro un concepto: por un orden biológico, filosófico pero sobre todo político, todos los seres humanos son diferentes entre sí y se relación sí o sí a partir de una identidad diversa que nada tiene que ver con conceptos vetustos con los que aún (o nuevamente) hay que lidiar como un supuesto canon de “normalidad” que claramente no existe, incluso convalidando el dicho popular que sostiene que “visto de cerca nadie es normal”.

Si bien la gran marca de la puesta en escena es la austeridad, confiando en el sentido unívoco y potente que aportan el texto y las actuaciones siempre en una lógica muy dialéctica, hay en la obra un dispositivo escenográfico móvil a modo de tótem, una realización de Claudio Piancatelli, Silvia De Grande y Lucas Comparetto que, como el reloj que aparece suspendido en el espacio escénico, gira a través del tiempo casi con la misma lógica de quien repasa un viejo álbum de fotos, el carrete de una película o encuentra eso que busca perdido en algún cajón que lo conecta con el pasado.

Lo expresen o lo callen, nadie que vaya a ver Paradero saldrá indemne, porque hay un momento en el que esa historia de amor florecida, podada y con rebrotes entre Carmen y Paloma se mete en la piel de cada uno/a para quedarse para siempre. Mudos ante un contrapunto de actuación donde drama, melodrama y algo de tragedia se reconstruyen en una poética propia, Paradero es algo que gira como el tiempo (“el tiempo es la materia de la que estamos hechos”, escribió Borges), algo que duele profundamente como el amor que se termina, pero sobre todo algo que interpela como las cuestiones de género y diversidad en un país donde una gran parte de la población, en nombre de una falsa idea de “libertad”, insiste con empujar todo para atrás.

Para agendar

Paradero tendrá su reestreno el viernes 2 de mayo, a las 21, en la sala La Orilla Infinita (Colón 2148), donde seguirá en cartel los siguientes viernes de mayo y junio. La ficha técnica se completa con el diseño de luces de Sabrina Marinozzi, operación de luces de Niche Almeyda, maquillaje de Úrsula Díaz, diseño y operación de sonido de Simonel Piancatelli y prensa y difusión de Pika Comunicación Cultural. Las entradas anticipadas se encuentran disponibles en https://laorillainfinita.com.ar/entradas/paradero/. IG: @paradero.obra

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